BB King o el ascenso de un recolector de algodón: El Blues como cultura popular

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BB King o el ascenso de un recolector de algodón: El Blues como cultura popular

Uno de los reyes del blues  ha abandonado este mundo material, dejando huérfano el sonido irremplazable de una guitarra llamada Lucille, su Gibson ES 355s: el rotundo guitarrista y cantante BB King, icono del blues, guitarrista admirado por los zagales del rock ácido y revivalistas de sonidos ancestrales de la segunda mitad de los años sesenta falleció en Las Vegas a los 89 años.

King era bisnieto de esclavos y sobrino del gran Bukka White, un bluesman de influencia poderosa: «El blues sangraba la misma sangre que la mía propia». King trabajó como recolector de algodón en el estado de Mississippi, cobrando 75 centavos al día y, en sus tiempos de asueto, envidiaba intensamente la guitarra del predicador local, quien solía prestársela para aprender los rudimentos del instrumento. Acuciado por la intensa curiosidad musical, King se construyó su propia guitarra: «Solíamos hacerlas con cable, utilizado en las plantaciones de algodón, y lo atábamos al palo de una escoba. Corta un poco el palo, el sonido cambiaba y ya estábamos tocando música». Poco más tarde, su patrón blanco le adelantó los quince dólares que necesitaba King para comprarse su primera guitarra real.

Las plantaciones de algodón siempre han creado una mística y poesía propia en el lenguaje del blues, siendo su cuna original. King trabajó duro durante su infancia y adolescencia en plantaciones del Delta: su biógrafo Charles Sawyer le preguntó en una ocasión cómo podía tocar a 32 grados embutido en un impecable traje de tres piezas a lo que King replicó que «solía trabajar todo el día bajo el sol abrasador del Mississippi». Sawyer le aseguró que él no podría hacerlo y que incluso podría desmoronarse a los pocos minutos; King, tajante, afirmó: «Bueno, Charlie, tú eres blanco».

El imberbe King, como otros muchos trabajadores de las plantaciones, se trasladaba a la ciudad los sábados por la noche: «Espiaba por la ventana del Club Ebony y escuchaba a Count Basie tocar, también a Charlie Parker…y veía a todas esas mujeres embutidas en vestidos ceñidos, contoneándose al ritmo de la música». King solía cantar gospel en la calle, pero pronto adaptó el texto de las canciones a las procacidades inspiradas por las mujeres de los tugurios: aprendió pronto a obtener ese sentimiento expresivo y gutural que le caracterizó en su carrera posterior como un excelente vocalista.

Sin embargo, la característica esencial e irrepetible de King fue su vibrato inconfundible en el sonido de su guitarra. Como maestro, su tío Bukka White: «Bukka solía tocar slide utilizando un cuello de botella. Yo quería imitarle, lo intenté y él me enseñó a hacerlo….pero tengo unos dedos muy torpes y simplemente no pude conseguirlo. El sonido que producía  Bukka se me metió dentro y pude intuir mi propia técnica produciendo el trémolo sin la slide….es lo que llamo «la mariposa»……giro la muñeca desde el codo, adelante y atrás, estirando, así, las cuerdas y aumentando y bajando el tono de la nota rítmicamente. Con mis otros dedos estirados, mi mano hace un gesto parecido a un aleteo, parecido a una mariposa batiendo sus alas» «De este modo, el tono inconfundible de la guitarra de King había nacido para quedarse.

Su dificultad para tocar y cantar al mismo tiempo supuso una impronta también inconfundible: «Intentaba conectar mi voz a mi guitarra y mi guitarra a mi voz. Como si ambos se estuvieran hablando constantemente». Un diálogo también convertido en una marca indeleble de la expresión artística de King.

Su guitarra pronto adoptó el nombre de una mujer, Lucille, como consecuencia de un incendio provocado por una pelea en un garito sureño; King se dio cuenta de que había dejado la guitarra dentro del local y desafió el fuego para rescatar su preciado instrumento. La pelea fue provocada por una mujer llamada Lucille y King adoptó el nombre «para recordarme no hacer una cosa semejante nunca más. Y nunca volví a hacerlo»

Contraviniendo la corriente musical que se desplazaba hacia Chicago desde el Sur profundo (con Muddy Waters, Elmore James, Howlin’ Wolf como abanderados), King se traslada a Memphis y forma una banda con viento y sección rítmica, además, obtiene un programa propio en la emisora de blues de la ciudad, la WDIA.

Por supuesto, King también emprende lo que siempre fue su vida más real: la carretera. En algunos años, llegó a facturar 350 actuaciones, en una América marcada por el segregacionismo más crudo: «Viajando por una América segregada…siendo acosado por polis blancos, es lo que más duele, porque no te das realimente cuenta del daño. El daño lo aguantas dentro. Te sientes vacío, herido y sucio, eres menos que un ser humano»

La progresión creativa de King fue fulgurante: como Louis Armstrong en el ámbito del jazz, fue el epítome de músico de blues adorado por las masas y puente hacia la cultura musical popular. Y, por supuesto, su maestría interpretativa supuso un importante aldabonazo para el germen de grandes guitarristas de rock, imbuidos del revival que el blues experimentó a mediados de los años sesenta. Guitarristas como Mike Bloomfield, Eric Clapton, Peter Green o Mick Taylor idolatraban el inimitable estilo de King. Como asevera Clapton: «Puedo decir que es BB King desde la primera nota. La mayoría de nosotros podemos. Tiene un cierto sentido único de la melodía, un sentido que solo le pertenece a él».

A finales de los sesenta, jaleado por los jóvenes hippies, King toca en el Fillmore West de San Francisco, una de las mecas del rock de la época: «Fue mi momento cumbre y un concierto trascendental. Fue una situación inusual. Tenías a toda esa gente tocando blues: Mike Bloomfield y Elvin Bishop eran buenos, Clapton era bueno, Johnny Winter era bueno, Peter Green era bueno. Tenían algo. Nos introdujeron a un mundo nuevo. Y aprendimos muchísimo de gente como Clapton o Peter Green. No voy a decir qué pero aprendimos algo. Hicieron algo por el blues».

Su consagración definitiva en el mundo del rock, le vino con su álbum» Indianola Mississippi Seeds», publicado en 1970, en el que expresa la simbiosis jubilosa entre el blues y el rock con músicos admiradores como Leon Russell, Joe Walsh, Carole King o Hugh McCracken.

A partir de entonces, King se erigió en rey incontestable y continuó como músico intocable y enormemente popular y adorado por el gran público. Tuve el privilegio de ser testigo de ello dos veces, una de ellas con uno de sus admiradores más devotos, Raimundo Amador (con quien colaboró, por cierto, en varios encuentros en directo y en el primer disco en solitario del sevillano).

Como muchos músicos incontestablemente auténticos e irrepetibles, King fue un curioso indomable, un trabajador infatigable y un perfeccionista. Hace dos años declaró en una entrevista: «Creo que he lo he hecho lo mejor que he podido.Pero quiero tocar mejor, ir más lejos. Hay tantos sonidos que quiero hacer todavía, tantas cosas que todavía no he hecho. Cuando era más joven pensaba que había alcanzado mi techo. Ahora tengo 86 y si sobrevivo hasta el próximo mes, tendré 87. Ahora se que nunca será perfecto, que nunca será como debería ser, así que tienes que seguir yendo más allá, mejorando»